Ud.
6. La crisis de la Escolástica. Nominalismo y Renacimiento.
1. La crisis de la
Escolástica.
En el siglo XIV se inició la crisis de la Escolástica como resultado de
la conjunción de diversos factores que coincidieron de manera simultánea.
1. Crisis de la agricultura. Sucesivas
epidemias de peste (1348-1353) provocaron una considerable disminución del
número de habitantes en el Occidente europeo. Se calcula que un tercio de la
población de la época (25 millones de personas), sucumbió ante la virulencia de
la Peste Negra.
A esta situación se añadió el agotamiento de la productividad de las
tierras de cultivo debido a una climatología adversa, caracterizada por grandes
periodos de lluvia seguidos de otros muy cálidos. La agricultura, base
económica y, sobre todo, única fuente de alimentación de la población, se
resintió.
La población emigró a las ciudades para escapar
de las duras condiciones de vida impuestas por los señores feudales. Como
consecuencia se produjo, de manera paulatina, el derrumbe del feudalismo y la
recuperación de las antiguas ciudades como nueva forma de estructurar la vida
en sociedad. Este proceso coincidió en el tiempo con la aparición de los
nuevos Estados y la sustitución de la primacía política y social del señor
feudal por la de los monarcas absolutos.
2. Refuerzo del poder de los monarcas. En el aspecto político, el siglo XIV estuvo
condicionado por la guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses, las dos
grandes potencias de la época. Este conflicto agravó la pobreza de la
población y reforzó esa nueva organización política basada en Estados
poderosos regidos por monarcas con mucha autoridad.
3. Separación entre el poder papal y el de
los reyes. En el plano religioso, el siglo XIV
supuso el final de las relaciones de cooperación entre el poder papal y el de
los reyes, y la división interna en el seno de la Iglesia católica, que culminó
con el Cisma de Occidente en 1378, fecha en la que la Iglesia católica pasó a
estar bajo dos papas al mismo tiempo, uno en Roma y otro en la ciudad de
Aviñón.
4. Resquebrajamiento de la armonía entre fe
y razón. Se produjo un resquebrajamiento
de la armonía entre fe y razón que la monumental obra filosófica de santo
Tomás de Aquino había logrado.
a. Reapareció el averroísmo y su defensa de la teoría de
la doble verdad.
b. En el seno del
cristianismo se produjo un retorno a lo
espiritual, a lo místico, propugnado por franciscanos, que pretendían
recuperar el rigor inicial y fundacional de su orden basado en el espíritu de
absoluta pobreza. A estos franciscanos se les denominó «espirituales» (Vs. «convenuales»)
y, entre ellos, destacó Guillermo de Ockham.
Esta tendencia mística
rompió la uniformidad de la enseñanza escolástica en el seno de las
universidades. El espiritualismo se presentó como algo distinto a la teología
y, por tanto, alejado de los rigores de los dogmas.
En la Universidad de
Oxford, el misticismo espiritualista se combinó con el fervor inusitado por el
estudio empírico de la naturaleza, lo que implicó un progresivo abandono de la
metafísica como saber central.
c. El
nominalismo representó la disolución definitiva de los presupuestos básicos
de la Escolástica. Estas circunstancias condicionaron la vida y el pensamiento
de Ockham, representante máximo de lo que hemos denominado nominalismo. Sin embargo, por su
importancia, nos ocuparemos antes de Juan Duns Scoto, otro franciscano que, en
algunos aspectos, inició el abandono de las tesis clásicas del tomismo y, en
otros, propició el germen de lo que se convertirá en la nueva actitud
filosófica nominalista.
2. Juan Duns Scoto.
Este franciscano escocés nació en 1266 y se
educó en las universidades de Cambridge, Oxford y París. Falleció joven, a la
edad de cuarenta y dos años, en la ciudad de Colonia. Su obra, inconclusa y
abierta a diversas interpretaciones, encierra el germen de esa disolución
definitiva entre fe y razón y los cimientos de lo que vendría después: el
nominalismo de Guillermo de Ockham. También refleja una profunda crítica a las
nociones básicas tomistas referidas a las relaciones entre fe y razón y a la
posibilidad de un conocimiento directo de las cosas y no por medio de la abstracción.
El sustento básico de la filosofía de Scoto y el porqué de sus críticas deben
entenderse desde lo que el Doctor sutil considera la «voluntad de Dios».
El pensamiento de Duns Scoto es complejo, por
lo que, para contextualizar la actitud nominalista, partiremos de un ejemplo:
Dios podría haber creado el mundo de otra manera, ya que la creación es un acto
libre de su voluntad, y lo mismo podríamos afirmar sobre la ley natural. Así,
hubiera sido posible un universo sin ley de gravedad o una ley natural que nos
dictara que matar es bueno. La revelación, en este caso, habría sido distinta.
Recordemos que, para santo Tomás, esto no es así. El intelecto divino predomina
sobre su voluntad. Dios tuvo que crear tal y como lo hizo y la ley natural ser
como es porque refleja la lógica de esa inteligencia divina. Sin embargo, para
Scoto ese «no matarás» -o el posible «matarás»- constituye solo una verdad
revelada y no alcanzable por la razón, ya que habría sido posible un mundo en
el que matar estuviera permitido. Fe y razón poseen, por tanto, un objeto
distinto de conocimiento y no pueden convivir en armonía. Lo que tiene que ser
creído, por el hecho de tener que ser creído, no puede ser demostrable.
La posible demostración racional del «no matarás»
supondría la negación de la libertad de la voluntad de Dios.
Este «voluntarismo divino» se refleja en la
concepción de Scoto sobre el ser humano. Recordemos que, para santo Tomás, la
razón prevalece sobre la voluntad: se quiere aquello que es conocido primero,
es decir, no se puede querer lo que no se conoce. El Bien es aprehendido de
manera intelectual y la voluntad se adhiere a él.
Para Scoto, la libertad reside en la voluntad,
y esta se autodetermina a sí misma y no en función del bien presentado por el
entendimiento. Esto conlleva importantes repercusiones sobre la relación que
las criaturas pueden tener con Dios. El acercamiento a Dios sería entonces una
cuestión de amor más que de conocimiento y, con esta tesis, Duns Scoto se
aproximaría a su vez al pensamiento de san Agustín.
La teoría del conocimiento de Duns Scoto acepta
la tesis tomista de la abstracción como proceso de conocimiento de los
universales; sin embargo, afirma que también es posible un conocimiento de las
cosas particulares, en su existencia actual y en presente, por medio de la intuición.
Así, Duns Scoto reabrió el problema y se
aproximó a una de las tesis fundamentales del nominalismo: el conocimiento
intuitivo o evidencia de lo particular y contingente.
3. Guillermo de Ockham.
3.1. Biografía.
Guillermo de Ockham (1296-1349), natural de
Ockham u Occam, sur de Londres, nació a finales del siglo XIII, quizás en la
fecha indicada, aunque no disponemos de datos muy concretos, y falleció en
Múnich a causa de la Peste Negra.
Si bien se desconocen muchos detalles de su
biografía, no ocurre así con su pensamiento, aunque este sea poco sistemático y
se centre más en su demoledor ataque contra las tesis tomistas, predominantes
en su época, que en la elaboración de un nuevo modelo filosófico.
A pesar de los escasos datos biográficos que
poseemos, destacan en la vida de este pensador diversos acontecimientos que, en
cierta manera, explican el proceso formativo de su pensamiento:
1. Durante los años pasados en la Universidad
de Oxford, primero como estudiante y después como profesor, se apasionó por e1
misticismo espiritual y por el método empírico como modo de acercamiento a la
naturaleza. Como ya se ha señalado, Ockham perteneció a los franciscanos
«espirituales».
La influencia de Duns Scoto hizo que
profundizara en la visión de un Dios eminentemente voluntarista. Este
voluntarismo, llevado a sus últimas consecuencias, sería el punto de partida
del pensamiento de Ockham y la base de toda su posterior crítica a la
Escolástica.
2. La polémica que suscitaron sus comentarios
docentes sobre las Sentencias de Pedro Lombardo. En ellos, tarea tradicional en
la enseñanza de la época, ya manifestó un pensamiento de ruptura hacia la
armonización entre fe y razón alcanzada por el pensamiento de santo Tomás.
3. La acusación de herejía que recayó sobre él,
en 1324, por el contenido de estos cometarios y por otras obras en las que
criticaba la actitud del papado. Fue acusado por el propio canciller de la
universidad y llamado a capítulo a Aviñón por el papa Juan XXII.
Esta acusación no obtuvo ningún resultado, pero
las disputas doctrinales entre espirituales y conventuales agravaron su
situación y tuvo que huir a Baviera para buscar refugio en la corte de Luis IV
que había protagonizado un duro enfrentamiento contra el Papa. Desde esta
época, Ockham consagró sus esfuerzos a la elaboración de obras de marcado
acento político, como su Tratado
sobre el poder imperial o su Diálogo entre un maestro y un discípulo sobre el poder del emperador y el del Papa.
3.2. El voluntarismo divino.
Guillermo de Ockham acentuó el voluntarismo
esbozado ya por Scoto, para lo que se apoyó en el atributo de la omnipotencia
divina: Dios es todopoderoso. Este poder debe manifestarse en todo su actuar
y, especialmente, en su obra creadora. La creación constituye un acto divino
que ha de gozar de una libertad absoluta. Si Dios hubiese tenido algún tipo de
limitación a la hora de crear, no sería omnipotente.
Relacionemos ahora dicha afirmación con las
tesis tomistas acerca de la creación. Según santo Tomás, Dios ha creado el
mundo en un acto libre y voluntario, El ha creado por amor y, también, porque
es omnipotente. Esto último no significa que cree de cualquier modo, pues Dios
no puede contradecirse a sí mismo. Ser omnipotente significa poder hacer todo
lo que sea posible y, por tanto, lo imposible no podría ser hecho. Plantear que
Dios no es omnipotente porque no puede hacer cosas imposibles es desconocer qué
significa, realmente, la omnipotencia. En la mente divina no cabe, por decirlo
de algún modo, lo imposible. En el pensamiento de santo Tomás resulta evidente
la preeminencia del intelecto divino sobre su voluntad. No podría concebirse
entonces un mundo creado en el que matar fuera algo bueno porque contradiría el
modo de proceder de Dios. Y lo mismo ocurre con las leyes físicas que rigen el
mundo o con la ley natural impresa en el corazón de los seres humanos. Estas
leyes son así porque derivan de la misma esencia divina y, por tanto, no pueden
ser de otro modo. La libertad es absoluta en Dios en el sentido de que podría
haber creado o no haberlo hecho. Una vez que Él decide crear, sería una
contradicción que lo hiciera en unos términos distintos a los presupuestos
esgrimidos.
Ockham, por el contrario, sostiene la primacía
de la voluntad divina sobre el entendimiento. La voluntad divina es pura
libertad salvo en aquello que conlleve contradicción. Pero esta última tiene
para Ockham matices distintos a los argumentos formulados por santo Tomás. Dios
podría haber creado de otra manera y haber dado lugar a un mundo con distintas
leyes físicas y naturales. La contradicción solo debe remitirse a aquello que
afecta a Dios como tal, no a lo que depende de su voluntad.
Este voluntarismo teológico configura un nuevo
horizonte moral en el actuar humano. Bueno, por tanto, sería todo aquello que
Dios ha dispuesto que lo sea. Así, los actos humanos, por sí mismos, no son ni
buenos ni malos. Solo cabe aceptar, en un acto de voluntad humano, esos
designios de Dios, pues lo mor, no puede ser explicado desde la razón. El
voluntarismo divino fundamenta un voluntarismo ético en el que adquiere especial
relevancia la conciencia individual de cada ser humano. Esta deberá moldearse
de acuerdo con esos designios creadores de Dios. Si la conciencia está bien
formada, no existe la posibilidad del mal, aunque el individuo pueda actuar de forma
inadecuada, ya que Dios ha aceptado esta posibilidad de errar en el modo de
actuar del ser humano.
¿Dónde podría darse, entonces, contradicción en
Dios? Una vez establecido el orden de lo creado (orden querido por la voluntad
divina), Dios no puede cambiarlo, porque eso supondría que actuaría contra su
propia voluntad, lo que sería una arbitrariedad y, por tanto, una contradicción
que, desde esta perspectiva, no parecería posible.
El hecho de que el voluntarismo divino sea absoluto
trae consigo una serie de consecuencias que ponen en entredicho los propios fundamentos
que sustentaban la filosofía escolástica y que, en el desarrollo del
pensamiento de Ockham, se concretan en los dos principios:
* Principio de experiencia.
* Principio de economía.
Antes de comentar las líneas básicas de estos dos
principios, es necesario explicar cómo queda configurado ese mundo creado por
esa voluntad divina, descrito según el planteamiento de Ockham:
Todo lo creado es una absoluta contingencia, no solo
en el sentido primigenio de lo que se entiende por contingente, sino en
términos absolutos.
El mundo es como es, pero podría haber sido de otra
manera; por tanto, este mundo ockhamista no tiene ninguna consistencia
ontológica. Así pues, no sería posible explicar ese mundo con los conceptos
metafísicos propios de la filosofía escolástica, ya que no hay esencias, ni
causas ni finalidades.
Podríamos hablar de esencias si suponemos que la
creación es reflejo de unas ideas ejemplares que subyacen en el mismo Dios. Un
individuo es lo que es porque tiene una esencia que le hace ser humano y no
otra cosa. Esto sería así por la preeminencia del intelecto divino sobre su
voluntad, tal como lo concibe santo Tomás. Ese ser humano podría no existir
-en esto radica la contingencia tomista-, pero, aunque no exista, la esencia
de ser humano siempre sería la misma, porque está así configurada en la mente
de Dios.
Recordemos que santo Tomás distingue entre esencia y
existencia. Ockham extiende la contingencia no solo a la existencia, sino
también a la esencia, de acuerdo con la primacía que concede a la voluntad.
3.2.1. Principio
de experiencia.
Si Duns Scoto afirmaba la posibilidad de un
conocimiento abstractivo, al modo tomista, pero también consideraba posible un
conocimiento de lo particular mediante la intelección intuitiva…, Ockham sostuvo
la imposibilidad de la abstracción y defendió una teoría del conocimiento
basada en el conocimiento intuitivo o evidencia inmediata. La ausencia de
consistencia ontológica en lo creado implica la sola existencia de cosas
singulares y particulares.
El conocimiento no sería entonces más que
evidencia de lo particular, de lo contingente. Esta evidencia procede de la
visión directa de las cosas, que se captan por los sentidos y son conocidas
directamente por el intelecto sin necesidad de intermediarios. El conocimiento
no necesitaría, por tanto, de los universales obtenidos por abstracción a
partir de las formas de acuerdo con la tesis aristotélico-tomista.
La metafísica quedaría de este modo despojada
de todo carácter científico, ya que versa sobre realidades que no son
cognoscibles. De esta premisa se desprenderían, pues, importantes
consecuencias que, de manera directa, incidirían en esta crisis del
pensamiento escolástico.
El ser no sería un término análogo, sino unívoco, ya que
solo existen cosas particulares, y no sería posible ascender desde las
criaturas hasta el ser por sí mismo que, según las tesis tomistas, es Dios. La sustancia solo consistiría en aquello que percibimos de manera inmediata por la
intuición, incluidos sus accidentes, y no en una composición de materia y
forma. La causalidad no se podría inducir, ya que no tenemos una
evidencia empírica de la misma.
En cierta manera, Ockham fue el precursor del
empirismo de la Edad Moderna. Sin causalidad no hay finalidad, con lo cual todo el universo tomista, en el que Dios sería principio y
fin de todas las cosas, se derrumba ante los presupuestos de Ockham. Con todo,
Ockham también defendió la existencia de cierto conocimiento abstractivo, pero
como resultado de ese conocimiento intuitivo y que prescinde de la existencia o
no existencia del objeto conocido. Lo utilizaríamos cuando enunciamos
generalidades sobre individuos de una misma clase: Juan, Inés, Óscar y Carmen
son seres humanos.
3.2.2. Principio de economía.
Guillermo de Ockham inauguró una nueva forma de
hacer filosofía conocida como vía modernorum, (vía moderna), frente a la vía antigua representada,
principalmente, por el pensamiento de santo Tomás. Esta vía moderna presenta
unos rasgos que configuran lo que se denomina principio de economía:
1. En una explicación no deben seguirse más
pasos que los estrictamente necesarios, ya que la explicación más simple siempre
será la más probable o la más acertada. Todo lo superfluo, por tanto, deberá
ser rechazado. Este principio se conoce como navaja de Ockham, pues corta o
desgaja todo aquello que resulte innecesario a la hora de explicar cualquier
realidad.
2. Este principio se deriva del voluntarismo y
del conocimiento intuitivo ockhamista, pero lo importante en este punto
consistirá en concretar qué entiende Ockham por superfluo o
innecesario, ya que determinará la escisión definitiva entre fe y razón.
3. La teología, por tanto, solo podrá ocuparse de
los datos revelados por Dios y que constituyen el sustento de la fe, pues no
hay experiencia empírica directa de 1a inmortalidad del alma, de los atributos
de Dios, ni siquiera de su propia existencia. Estas realidades, como muchas
otras, se presentan como objeto exclusivo de la teología, ya que, al no ser
cognoscibles, la razón no puede decir nada sobre ellas. La teología no necesita
de la razón, pues si la necesitara supondría que la revelación de Dios ha sido
deficiente.
4. La filosofía se ocuparía de esas otras
realidades que sí pueden ser conocidas por una intuición directa y sobre las
que la teología no tendría nada que aportar.
3.3. El nominalismo.
Para Ockham, el conocimiento sería intuitivo y no el
resultado de un proceso de abstracción, sino la consecuencia de una intuición
directa del objeto. La abstracción consistiría en un proceso natural del
entendimiento mediante el cual representamos un conjunto de objetos concretos.
Cuando afirmamos que Juan es hombre y que Pedro es hombre, hombre no
sería un universal fruto de un proceso de abstracción, sino solo un término,
un nombre con el que designamos una característica común a Pedro y a Juan.
El nominalismo criticó el realismo moderado
defendido por santo Tomás y defendió que los universales no son entidades que
existan en las cosas y que, al mismo tiempo, sean objeto de conocimiento, sino
que no son más que meros nombres con los que nos referimos a un conjunto de
cosas similares.
¿Qué aportarían entonces los universales? Un
sentido extensivo a las cosas. Juan o Pedro pertenecen a un conjunto que
denominamos, de forma genérica, hombre. Sobre qué sea hombre no se podría afirmar nada. Así,
el nominalismo entendido como el conjunto del pensamiento de Ockham supondrá
una nueva concepción del conocimiento científico y el germen de lo que se denominará
la ciencia moderna, que se apartará de las consideraciones aristotélicas
que configuraban el concepto de ciencia de la época.
Estas aportaciones surgieron de los avances
propugnados por seguidores de las tesis de Ockham, como Juan Buridán, Alberto
de Sajonia y Nicolás de Oresme, todos ellos pensadores del siglo XIV y
profesores de la Universidad de París, que incidieron en la crítica de la
física aristotélica y propiciaron la introducción de la inducción como método
de conocimiento.
La inexistencia de universales, entendidos
según el modo aristotélico-tomista, imposibilita el desarrollo de un proceso deductivo
de conocimiento, pues la deducción expresa un universal que se concreta en un
particular. Se hace necesario, por tanto, partir de la experiencia particular
para, de este modo, inducir un conocimiento general.
Así, por ejemplo, la noción de causalidad -base
de las vías demostrativas de la existencia de Dios propuestas por santo Tomás-
carece de fundamento, ya que no sería posible observar dicha noción en la
realidad. El nominalismo supone, por tanto, una crítica global a la filosofía
escolástica porque aplica esta crítica en todos los planos: teológico,
metafísico, científico y moral.
4. El Renacimiento.
Se entiende por Renacimiento la etapa histórica
que comprende el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna. Suele situarse
entre los siglos XV -en el año 1453 se produce la caída del Imperio bizantino
tras la invasión de Constantinopla por los turcos- y XVI.
Aunque estas divisiones sean artificiales, pues
los cambios que suscitan un nuevo orden social nunca surgen de una manera
espontánea o inmediata, facilitan el estudio y la comprensión de la historia.
Así, el nominalismo del siglo XIV rompió con la
herencia escolástica y, en este mismo siglo, surgió un pre-Renacimiento
literario en Italia con autores como Dante Alighieri, Francesco Petrarca o
Giovanni Boccaccio. También en la Italia de mediados del siglo XIV se inició un
movimiento de carácter cultural _el humanismo_, encaminado a formar nuevos
intelectuales que basarán su aprendizaje en los escritos griegos originales y
prescindirán, en la medida de lo posible, de las traducciones e interpretaciones
realizadas durante la Edad Media.
En esta época de transición se produjo un
cambio paulatino de las estructuras sociales, políticas y religiosas que
precisaría de una extensa explicación para contextualizar de forma adecuada el
pensamiento moderno posterior. De todo ello sin embargo, nosotros nos
centraremos en los aspectos básicos de la teoría política de Maquiavelo.
5. Nicolás Maquiavelo.
5.1. Biografía.
Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de
1469 y falleció en esa misma ciudad en 1527. Su azarosa vida, rica en viajes y
experiencias políticas, le permitió, no obstante, nacer y morir en una ciudad
a la que amaba de manera apasionada y que formaba parte esencial de una
Italia, fragmentada en diversos Estados, que necesitaba ser unificada y
consolidada. De familia noble y culta, pero con escasos recursos económicos,
recibió una esmerada formación humanística, según la impronta renacentista,
basada en el estudio de los clásicos griegos y latinos.
Los primeros años de su vida transcurrieron
bajo el dominio absoluto de los Medici en la ciudad en Florencia. En 1494,
coincidiendo con la invasión de Florencia por Carlos VIII de Francia y con el
destierro de Piero II de Medici, ocupó un puesto de funcionario que conservaría
hasta 1512.
Entre 1494 y 1498, Girolamo Savonarola, prior
de San Marcos en Florencia, asumió el gobierno de la República florentina hasta
1498, año en que fue depuesto. Maquiavelo ejerció diversos cargos públicos y se
le encomendaron distintas misiones diplomáticas en Francia, Alemania e Italia.
Esta experiencia cimentaría sus posteriores escritos políticos.
En 1512, la intervención de las tropas
españolas derrocó el poder republicano y restauró de nuevo el poder
aristocrático de los Medici. Maquiavelo pasó entonces a ser considerado un
peligro para los intereses de esta familia poderosa e influyente, por lo que
fue encarcelado, inhabilitado para la política y, finalmente, desterrado.
Paradójicamente, fue en este momento cuando comenzó su periodo más fructífero:
escribió El príncipe (1513), Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1512-1517) y El arte de la guerra (1519).
En 1521, después de ser amnistiado a causa del
interés demostrado por el papa León X debido a los elogios que Maquiavelo había
dirigido a los Medici en El príncipe, de nuevo fue acusado de conspirar contra el poder
establecido. Falleció en 1527, olvidado, denostado y sin conocer la enorme
trascendencia que, con el tiempo, tendría su obra política.
5.2. El pensamiento
político de Maquiavelo.
5.2.1. El
Realismo Político.
El pensamiento político de Maquiavelo se resume
en su obra El príncipe, si bien este debe comprenderse desde los presupuestos
esgrimidos en sus Discursos sobre la
primera década de Tito Livio.
En El príncipe Maquiavelo defiende la
república como forma ideal de gobierno y menciona, a modo de ejemplo, la
antigua República romana. Esta afirmación, que parecería contradictoria con los
postulados de una obra titulada así (nada más alejado de una república que una
monarquía), queda patente en sus páginas.
La Italia de Maquiavelo estaba fragmentada y sometida
al poder de monarcas extranjeros. Lejos se hallaba, por tanto, el antiguo
esplendor de Roma, dueña de todo el orbe conocido y exponente del máximo apogeo
posible para un sistema político. Maquiavelo anhelaba aquella gloria y, por tal
motivo, volvió su mirada hacia la grandeza de Roma y de su república como la
forma de gobierno que propició su gran prosperidad.
Sin embargo, la república no era una forma de
Estado posible en un territorio que, como el de la Italia de su época, estaba
dividido. Resultaba necesaria, por tanto, de forma transitoria, la figura de un
príncipe que aglutinara bajo su carisma y su autoridad un Estado fuerte y
cohesionado. El príncipe se presenta, así, como un tratado que señala la
estrategia que debe seguir cualquier gobernante que se precie de serlo para la
consecución de dicho Estado.
Explicada esta posible contradicción,
Maquiavelo desarrollará su teoría política y desglosará las cualidades que han
de acompañar a cualquier príncipe.
Debido a la situación política y social de su
tiempo -de desintegración nacional y de predominio de la corrupción-, y a los
desmanes entre la clase política con el beneplácito de un pueblo con la misma
falta de moral que sus dirigentes, se hacía necesaria una regeneración dirigida
por un príncipe que empleara, en su oficio, todos los medios, incluso la fuerza
bruta, para restablecer el nuevo orden social.
Para ello, el príncipe tenía que prescindir de
cualquier consideración moral o ideológica y basar su acción política en el
propio análisis de la situación. Este no sería, por tanto, de cariz metafísico,
sino que se presentaría como el resultado de una manera específica de ejercer
el poder. Maquiavelo partía de un realismo
político y, de este modo, inició un nuevo estilo de entender la actividad
política.
5.2.2. El ejercicio del poder.
Para Maquiavelo, este análisis tenía que
llevarse a la práctica según una serie de postulados o ideas básicas
indispensables no solo para conseguirlo, sino también para mantenerlo.
La política es una ciencia. La ciencia estudia
la realidad y, a partir de esta observación, desprende una serie de leyes que
la explican y que permiten adelantar hechos futuros. La política tendrá que
ser una ciencia que estudie esas regularidades para poder obtener el mayor
beneficio posible de ellas. Al analizar las formas tradicionales de gobierno,
expuestas por la filosofía griega y por sus sucesivas generaciones, se
comprueba que se pasa de un estado político a otro para volver al inicio, y así
sucesivamente.
Maquiavelo extrae como conclusión que el mejor
régimen político sería una mezcla de monarquía, aristocracia y democracia, como
sucedió, según su análisis, en Roma. El realismo de Maquiavelo se pone de
manifiesto en este análisis, ya que no se conforma con describir cómo deben
ser las formas políticas, sino que también expone por qué llegan a ser lo que
son. Veamos:
1. Análisis de la condición humana. Según Maquiavelo, el ser humano cae en los mismos errores porque,
esencialmente, es malo. El gobernante debe partir de esta condición para
conocer, de manera eficaz, al pueblo que ha de gobernar y para no engañarse con
planteamientos optimistas acerca de la bondad de sus súbditos.
Existe el orden político porque hay vicios. Una
humanidad ejemplar no necesitaría del ejercicio del poder, por tanto, el
gobernante debe ser maestro en dosificar brutalidad y cortesía a la hora de
ejercer su poder. Solo todo aquello que resulte útil para ejercerlo, o para
obtenerlo, será considerado como bueno.
2. Promulgación de leyes. La condición humana descrita exige la promulgación de leyes que
obliguen a todos los ciudadanos de un Estado a actuar de acuerdo con el bien
común, no de los ciudadanos, sino del Estado en su conjunto. Estas leyes han de
tener presente la maldad propia del ser humano y establecer mecanismos
rigurosos de control para velar por su cumplimiento.
3. Virtud frente a fortuna. En ciertos ambientes humanistas se consideraba la fortuna o el azar
como la causa última de los acontecimientos y, por tanto, había que resignarse
ante los infortunios.
Maquiavelo se resiste a esta tesis tan
difundida y, frente a la fortuna, propone la necesidad de la virtud. Esta ha de
entenderse no al modo escolástico, sino como un sinónimo de resolución política
que golpee y dome esa fortuna, que no puede ser una excusa para dejar de
decidir. Así, lo peor para un gobernante sería tomar una decisión intermedia,
como si en el justo medio estuviera la virtud.
4. Medios y fines en la acción política. Aunque Maquiavelo nunca enunció la famosa frase «el fin justifica
los medios», su pensamiento político queda patente en dicha afirmación. El fin
del Estado consistiría en la vida en paz de sus ciudadanos y en la prosperidad
económica y, para conseguirlo, será lícito emplear medios inmorales si las
circunstancias lo exigieran. La ética quedará, por tanto, relegada del ámbito
político.
5. Nueva concepción del Estado. El Estado es soberano y no estará supeditado nunca ni a sus
ciudadanos ni a ninguna instancia de orden divino. La razón de ser del Estado
no es más que el propio Estado. Por ello, este debe procurarse los medios
militares y económicos para su subsistencia. De igual modo, el Estado posee
autoridad suficiente para utilizar, según su propio beneficio, el poder
espiritual que la Iglesia y las creencias religiosas ejercen y para
convertirlas en valores cívicos. La obra de Maquiavelo supone la vertebración
ideológica de los Estados absolutistas y, al mismo tiempo, la consideración de
la política como una ciencia autónoma desvinculada de ascendientes morales y
religiosos. Maquiavelo es precursor del pensamiento político moderno.
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