1.2. Dialécticos y antidialécticos. La cuestión
de los universales.
El debate filosófico durante la Escolástica
temprana se centró en:
-
El
problema entre fe y razón.
o
Dialécticos
> defendían que la fe fe debe ser analizada bajo los supuestos de la razón.
La de los dialécticos constituyó una tendencia minoritaria, pues la mayoría de
los autores no opondrán nunca las verdades de la fe al ejercicio de la razón.
Entre los dialécticos destaca Berengario de Tours, del s. XII, que intentó
razonar el misterio de la Eucaristía y llegó a conclusiones heréticas
condenadas en la época.
o Antidialécticos > Defendían la primacía
de la fe sobre la razón y que esta debe subordinarse a aquella, para aclarar,
en lo posible, sus verdades. Entre los antidialécticos sobresalió Pedro Damián,
s. XI, que criticó con dureza las tesis dialécticas. Es celebre su definición
de la filosofía como “esclava de la teología”.
Dialécticos y antidialécticos utilizaron la
lógica aristotélica para sus argumentaciones. Se hacía necesaria una postura
intermedia, pues fe y razón no deben ser enfrentadas sino armonizadas. Esta
tarea de reconciliación entre fe y razón será objeto de la reflexión de Tomás
de Aquino.
-
La
discusión sobre los universales.
En
cuanto a la cuestión de los universales, recordemos, para comprender el alcance
de esta discusión, los siguientes aspectos:
o
Platón defendía un realismo exagerado, según el cual las ideas son causas de las
cosas. Si existen los árboles, es porque participan de la idea de arboreidad.
Las ideas platónicas son universales, con realidad propia. Existe la idea de
arboreidad, así como la de belleza, justicia, bien, etc…
En el
siglo XII, ese realismo exagerado será defendido, entre otros, por Guillermo de
Chapeaux.
o
Aristóteles, con su crítica al dualismo
platónico, defendía un realismo moderado.
El universal existe en las cosas aunque no se identifique con ellas; es la
esencia de las cosas y, al mismo tiempo, es objeto del conocimiento.
El realismo
moderado lo representó en el siglo XII Pedro Abelardo y en el XIII Santo Tomás
de Aquino.
No obstante, debemos
mencionar una nueva posibilidad de argumentación, denominada nominalismo.
o
Para el nominalismo,
representado entre otros por Roscelino de Compiége (siglo XII), los universales
son “flatus vocis”; voces o nombres
inventados por los hombres para designar una pluralidad de cosas que poseen
características parecidas. Así, los nominalistas afirmaban lo no existencia de
la belleza como tal, sino solo la existencia de cosas bellas. La belleza, como
universal, es sólo una palabra.
Guillermo de
Ockham condujo al nominalismo a sus últimas consecuencias en el sigloXIV.
¿Qué repercusiones trajo consigo la polémica
de los universales en el telón de fondo filosófico de la época medieval, que no
es otro que el de las relaciones entre fe y razón?
Durante los siglos XI y XII, del conjunto de
la obra de Aristóteles sólo se conocía la Lógica
y, con los rudimentos de esta, se analizaban las relaciones entre los
universales y la realidad. Sin embargo, la realidad debe ser estudiada desde un
punto de vista metafísico y no lógico, pues la lógica no se ocupa de la
realidad en sí, sino de las cosas que forman parte de esa realidad en tanto que
son pensadas, sin considerar las cosas mismas.
Así, desde el punto de vista nominalista, la
belleza no existiría. Sólo existirían cosas bellas, es decir, cosas concretas,
sensibles, que etiquetamos bajo el nombre de “belleza”.
¿Qué ocurre, entonces, con verdades de la fe
como la inmortalidad del alma, la existencia de Dios, etc., que no pueden ser
objeto de ninguna demostración, pues no son cosas concretas, sensibles?
Se produce así una escisión definitiva entre
fe y razón.
En este contexto debemos recordar a
Roscelino, que afirmó que debían existir tres dioses; uno por cada una de las
personas de la Trinidad. Si cada una de las personas es Dios, como no existe
una naturaleza universal, no puede existir un solo Dios, sino tres.
Sólo desde la metafísica, como propondrá
Santo Tomás de Aquino, se podrá solucionar esta dificultad.
Por otra parte, en esta época imperaba la
filosofía de San Agustín que, teñida de fuertes influencias neoplatónicas,
concedía a los universales un rango de realismo exagerado. En resumen: el
universal se halla contenido en la mente de Dios y, por tanto, sólo desde la
teología es posible una adecuada reflexión sobre cualquier problema filosófico.
De nuevo, será Santo Tomás quien establezca
el necesario equilibrio entre teología y filosofía.
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