Biografía y contextos del autor y su obra.
San Agustín (354-430) nace en Tagaste
(Argelia) y muere en Hipona que era, por aquel entonces, provincia romana. De
padre pagano y madre cristiana (Santa Mónica), al haberse iniciado ya el
declive del Imperio Romano, nuestro autor ejerce de bisagra entre la Edad
Antigua y la Edad Media.
A los diecinueve años le impacta la lectura
del “Hortensius” de Cicerón, que es una exhortación a la vida consagrada a la
filosofía. Se forma en retórica y letras en Madaura y Cartago y cae en el
maniqueísmo, en el que permanece durante nueve años, hasta que en Roma conoce a
Fausto, obispo maniqueo, que le decepciona (Agustín diría de aquél que era un “retórico
ignorante de toda sabiduría”), por lo que empieza una nueva búsqueda
intelectual que le conduce al escepticismo (corriente helenística). A Agustín le gusta el latín, pero no el griego,
razón por la que tarda en leer a Plotino. De Roma se traslada a Milán, donde
conoce a San Ambrosio y con él descubre las Sagradas Escrituras, iniciándose
así su proceso de conversión con treinta y dos años. Al tiempo, Agustín pasa de
la lectura de las “Eneadas” de Plotino a los diálogos platónicos “Fedón” y
“Timeo”. Gracias a esta influencia neoplatónica, Agustín encuentra solución al
problema del mal, al que ya no va a considerar una fuerza proveniente del reino
de las tinieblas como durante su etapa maniquea, sino sencillamente como una ausencia
de bien que equivale a la nada. El mal no tiene substancia alguna. Todo lo que
es, es bueno en cuanto que ha sido creado por Dios. En
cualquier caso, el de San Agustín será un neoplatonismo reforzado por las
lecturas de San Pablo. No empero, la conversión de nuestro autor es en realidad
una doble conversión: primero, a la filosofía (búsqueda de la verdad a través
de la razón) y segundo, al cristianismo.
En 391 Agustín se traslada a Hipona siendo
obispo del lugar Valerio, quien le preparó para su ordenación sacerdotal, con quien
colaborará como obispo auxiliar y a quien sucederá tras su muerte como titular
a la edad de cuarenta y dos años…, tiempo este durante el cual nuestro autor
escribe sus obras más importantes.
El pensamiento de Agustín se ha ganado el
nombre de “filosofía antropológica cristiana”: “antropológica” porque el tema
central es el hombre “buscador de Dios” y “cristiana” porque subraya el papel
que en el arte de pensar tiene la fe; se vuelve hacia el interior del ser
humano y explica la trascendencia a partir de la inmanencia (“del exterior al
interior y de lo interior a lo superior”).
Contexto histórico.
Dos acontecimientos clave enmarcan el
contexto histórico del autor:
-
El cristianismo y su expansión (Judea,
Palestina, era una provincia romana), que pasará de ser una religión perseguida
a convertirse en religión oficial del Imperio (Edicto de Milán 313 y Edicto de
Tesalónica 395).
-
La invasión de los pueblos bárbaros.
Un movimiento de pueblos que amenazaba al
Imperio Chino empujó a otros pueblos de la estepa asiática hacia los Urales.
Así empezó en Europa la invasión de los pueblos bárbaros. Las tensiones
internas entre los pueblos que formaban el Imperio Romano más las externas de
los bárbaros provocaron que el Imperio se resquebrajarse: francos y alemanes
invaden la Galia, godos y sajones la Bretaña, suevos, vándalos y alanos
Hispania (409). Al comienzo del siglo IV tras varias guerras civiles, Constantino
se adueña del Imperio Romano. En 313 promulga el Edicto de Milán y concede la
libertad de culto a los cristianos. Se suceden Constancio, Juliano II el
apóstata, Valentiniano… En 395 el emperador de origen hispano Teodosio
confirmó, mediante el Edicto de Tesalónica, al cristianismo como religión
deseable para el Imperio. Se trata del último emperador de la Roma unificada,
pues a su muerte el Imperio se divide entre sus dos hijos, Honorio y Arcadio[1].
En Occidente, en 410 tiene lugar el saqueo de
Roma por parte de Alarico, los visigodos se establecen en Hispania, en 429
Genserico II, vándalo, expulsado de la península Ibérica por los Godos sitia
Hipona. El Imperio no hace nada, las provincias de África son abandonadas a su
suerte: violencia, torturas, saqueos… Aún en esta situación tan terrible, San
Agustín sigue escribiendo una significativa obra “Sobre la perseverancia”, en
la que insta a los obispos a no abandonar a sus fieles en manos de los
invasores y dando ejemplo muere el 28 de agosto de este año.
En plena decadencia del Imperio se busca
culpables y los cristianos son acusados de la debilidad de Roma por su
despreocupación ante los problemas de este mundo. San Agustín tuvo que salir en
defensa del cristianismo.
Contexto socio-cultural.
Debido a las invasiones, los pueblos bárbaros
trajeron el empobrecimiento de las ciudades, el descenso de la actividad
comercial, el desplazamiento de buena parte de la población al campo y la
disminución de la recaudación de impuestos necesaria para aprovisionar a los
soldados y asegurar la defensa del Imperio. En ocasiones se toma a los propios
bárbaros como aliados a cambio de tierras, estrategia peligrosísima, como así
quedó demostrado históricamente. Para evadir los impuestos, gentes ricas se
trasladas a zonas rurales evitando ser encontrados por los recaudadores. Se
convierten así en grandes propietarios con muchos siervos que cultivan sus
tierras, iniciándose de tal manera el sistema feudal de la Edad Media.
Las invasiones paralizan también la cultura,
que hubo de refugiarse en los conventos, monasterios y abadías para no ser
devastada. El patrimonio cultural queda en manos de clérigos que más tarde
transformarán los monasterios en centros culturales y de enseñanza; dado que en
el mundo cristiano se considera que el hombre debilitado por el pecado es
incapaz de alcanzar la felicidad por sí mismo, la Iglesia trata de mostrarle el
camino mediante las enseñanzas bíblicas.
Como bien es sabido, la vida de San Agustín
se desarrolla entre el mundo romano y el mundo cristiano.
Si el cristianismo se había difundido por
Occidente gracias a la propia expansión romana, no exento, a veces, de
dificultades, y al haber adoptado las formas culturales grecolatinas…, la propagación de la doctrina
cristiana perduró como sustrato de ideas y creencias en los antiguos
territorios del Imperio y así toda la filosofía medieval se desarrolla bajo la
influencia cristiana.
San Agustín jugó un papel crucial en la
difusión de esta cultura igual que, posteriormente, aún dentro de la Alta Edad
Media, hombres como San Isidoro de Sevilla (s. VII). Se incrementa el uso de
himnos en las ceremonias litúrgicas. En el arte surge la iconografía religiosa;
los animales forman parte de la simbología cristiana, por ejemplo, la paloma,
el cordero… Se construyen basílicas como San Juan de Letrán, San Pedro y San
Pablo extramuros en Roma y en Jerusalén la del Santo Sepulcro.
Políticamente se da un orden asentado sobre dos poderes: el
emperador y el papa…, y entre los hechos más significativos podemos destacar
los Sínodos y los Concilios, como el arriano de Milán del 355, el de Zaragoza
de 380 contra Prisciliano y el de Éfeso de 431 contra Pelagio (monje británico
para quien el pecado de Adán sólo afectó a Adán, de manera que el hombre, no
siendo un ser nacido en pecado y no necesitando la gracia sobrenatural para
salvarse, tampoco precisa de la Iglesia como institución indispensable).
Contexto filosófico.
El hombre ya no se considera atado a la
ciudad (polis) como había sido propio del pensamiento griego, sino que tras
Alejandro, los estoicos e incluso los judíos, el universalismo y la creación de
grandes imperios dan paso a un individualismo cosmopolita. El individuo se
siente partícipe de un orden cósmico universal.
Este individualismo unido a la inseguridad
política de unos tiempos ciertamente difíciles hacen buscar al hombre una
“tabla de salvación”, de ahí el papel decisivo que juegan en este momento las
creencias religiosas.
A partir del siglo II el cristianismo inicia
un dialogo con la filosofía griega adoptando su lengua y hasta sus formas
literarias (epístola, hechos, diatriba…).
Los primeros misioneros cristianos tienen dos
intenciones: “apostólica” para los ya convertidos y “apologética” para defenderse
de las agresiones de los no creyentes…, por lo que bien puede entenderse que el
encuentro entre la filosofía y el cristianismo se debe a la necesidad de: por
un lado “dar contenido teórico a la fe” profesada y por otro lado “defender la
doctrina cristiana como razonable” ante aquellos que la acusaban de carecer de
fundamentación racional.
El cristianismo recurre a la filosofía dado
que, aunque se conociera poco el pensamiento filosófico, más allá de los
diálogos platónicos Fedón y Timeo, en este tiempo de sectas y herejías se hace
preciso clarificar los conceptos fundamentales de la fe. No obstante, frente a
la concepción griega que entiende el mundo como “cosmos”, “physis”, “naturaleza
eterna” y, en lo esencial, estático e intemporal y sujeto a la idea de un “eterno
retorno” cíclico, para los cristianos el mundo se concibe como fruto de una
creación de Dios “ex nihilo” y, por lo tanto, como algo radicalmente temporal
(que no siempre ha existido y, además, dejará de existir).
Con San Agustín nos situamos en la
Patrística, de la que es su figura más relevante. La labor de los Santos Padres
se revelaría importantísima, ya que solamente la Iglesia sobrevivió como
institución coherente a los desordenes de la caída del Imperio Romano,
planteándose temas de máxima importancia para la vida como el sentido del dolor
y del mal, la inmortalidad del alma, la creación del mundo, la perfección
humana o el sentido de la historia. Ahora bien, en este periodo fundacional de
la filosofía cristiana comprendido entre los siglos I y VIII, donde se van a
suceder los Padres Apostólicos, los Padres Apologetas y los Padres Griegos y
Latinos, nadie salvo Agustín crea un sistema filosófico completo. No es de
extrañarse, pues, de la influencia que el pensamiento de San Agustín ejerciera
en la filosofía medieval hasta que el en siglo XIII surgiera la enorme figura
de Santo Tomás de Aquino.
[1]
Al primero corresponde la parte Oriental con capital en Constantinopla y al
segundo la parte occidental con capital en Roma, que corren suertes bien
distintas; Oriente pervive hasta el s. XV, mientras Occidente tiene los días
contados, pues en 475 Odoacro depone al último emperador, un niño de tan sólo
trece años de edad; Rómulo Augústulo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario